La cultura añeja, por sabia, siempre consideró como predilectos el fruto del olivo: la aceituna, y el zumo puro de esta: el aceite; dos arabismos que, desde el corazón de la etimología, encontraron en el microclima de Baena y en la pulcra y artesanal tradición de sus almazaras el regazo más querido. Los viejos pueblos de la cuenca mediterránea, especialmente la antigua Grecia, siempre hicieron de estos vocablos una referencia luminosa hasta convertir en ejemplar magisterio la perfección de sus características y cualidades distintivas. Pero la incultura, como perverso antónimo de la cultura, aderezada con la aviesa compañía de la ignorancia y de la impericia, ha sido un grave obstáculo en el conocimiento de tan preciada sublimidad; sobre todo, de un tiempo a esta parte. Justamente, desde el momento en el que apareció la moda de la comida basura –rápida o americana; tanto monta–. Este pernicioso hábito penetró en muchos hogares, desplazando, para desgracia de la salud, la beneficiosa dieta en la que el aceite de oliva virgen extra es un componente insustituible e imprescindible. Investigadores, médicos, gastrónomos y estudiosos, convencidos defensores de sus propiedades, muestran una honda preocupación ante tan grave atropello a los principios básicos de la nutrición.
Elevadas cifras de colesterol, desde la infancia (altas del malo, LDL, y bajas del bueno, HDL), triglicéridos (en sus cifras más altas), enfermedades cardiovasculares (con cuadros de infartos agudos de miocardio, anginas de pecho, arterioesclerosis de miembros inferiores, aneurismas aórticos y trombosis cerebrales), tumores, cánceres, obesidad, diabetes y problemas intestinales y de infertilidad (por los bajos porcentajes de vitamina E) han sido, entre otros, los nefastos efectos de dar la espalda a la gastronomía mediterránea. Afortunadamente, ante esta situación comienza a reaccionar la sensata voz popular, cada vez más numerosa. Y ello debe ser así, ya que pocas veces se experimenta una sensación olfato-gustativa-táctil tan intensa, por auténtica, como cuando se paladea, en ayunas o a cualquier hora del día, un pequeño sorbo de aceite virgen extra. En particular de Baena y su comarca; inconfundible, por la especificidad que le otorgan su aroma floral, el picante y amargor, en los mejores referentes, el equilibrio de sabores excepcionales, la textura y la gran pureza. Los extraordinarios índices de calidad hicieron que, mediante la Orden del 2 de marzo de 1981 del Ministerio de Agricultura, se constituyera, provisionalmente, el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Baena. La Orden del 26 de octubre de 1987 de la Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía aprobó, definitivamente, la mencionada denominación, al cumplir todas las exigencias del reglamento.
La límpida condición de las aceitunas, cultivadas con técnicas de producción integrada, las diestras tareas de poda, la aplicación de los objetivos del desarrollo sostenible, con el máximo respeto al medioambiente, la privilegiada técnica de elaboración, la tradición y la innovación tecnológica se conjugan equilibradamente. Las sintéticas características organolépticas, el contenido de vitamina E, los efectos tan eficaces en la regulación del colesterol y en la prevención de las más diversas patologías (en particular, las cardiovasculares) y la riqueza en antioxidantes bien merecen el pleno reconocimiento. Las variedades, carrasqueña o picuda (la principal), lechín, chorrúa o jardúa, hojiblanca, picual (marteña o lopereña) y pajarera, son el fundamento para que el frutado líquido, resultante, presente unas particularidades especiales, cuya acidez máxima no llega a las cuatro décimas.
Un microclima prodigioso, una geografía y un pueblo, que mima el olivo con el mismo esmero con el que Miguel de Cervantes mimó su pluma para escribir el Quijote, rubrican la universalidad de las almazaras de la villa de Juan Alfonso de Baena, Luis Carrillo de Sotomayor y Amador de los Ríos, entre otros ilustres personajes.
La defensa y promoción del zumo divino (con el mismo color del oro o del limón, según los frutos) del árbol de Palas Atenea, la diosa que, acariciando la tierra, creó el olivo, es una asignatura que los olivareros baenenses aprobaron siempre con la calificación de la excelsitud. El producto que aumenta la esperanza de vida de todas aquellas personas que lo consumen siempre ha recibido una atención especial en estas tierras tan dilectas para la historia y la cultura.
Cuando las verdes ramas del olivar caligrafían la misma existencia con letras de molde hasta las sílabas mudan su color. El oro virgen extra con estas señas de identidad, con ese regusto tan propio que deja en el paladar, es elixir y bienestar; el verde néctar que nos regalan los olivares milenarios de una ciudad mágica; epítome y prontuario de tan conspicuo legado. Y cuna de sabiduría, donde pasear por sus avenidas, calles, callejuelas, parques y conocer el rico patrimonio histórico-artístico es complacencia y deleitamiento. Porque Baena es una antología literaria y cultural en la que las metáforas, como lo sueños, también se hacen realidad para que se verdee el cielo y todo sea ramos de olivos en el aire, como escribió Blas de Otero.
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http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/oro-virgen-extra-de-baena_688840.html